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Mis pasos rotos



Recuerdo como el 6 de Julio de 2000 en Ciudad Juárez, Chihuahua, a mis cuatro años experimente mi primer festival. Era época navideña y yo presentaría El cascanueces. A esa edad no tienes mucho conocimiento de la importancia de una presentación de ballet clásico. De pequeña, solo bailas al ritmo de la música clásica porque te aprendiste una coreografía; pero eso no me impidió el sentirme más que emocionada. Era la más pequeña de la academia y tras el escenario yo era la niña más feliz rodeada de niñas mayores maquillándome y jugando con mi cabello mientras me preparaban para salir a escena.

Dos años después, me había mudado a Metepec, Edo. de México. Mi pasión empezó a crecer poco a poco. “Ya estas lista para usar zapatillas de puntas”, me dijo Serguei Sokolov, mi maestro de ballet. En ese momento, me hicieron sentir una bailarina profesional que podía lograr lo que fuera. Luego comenzó toda la realidad. Las clases duraban de 4 a 5 horas diarias, y mi alimentación comenzó a cambiar ya que tenia que mantener un peso adecuado. Pero mi cuerpo empezó a sentirse de una manera que no podía ignorar: me dolía todo desde los pies hasta  la cabeza. Yo pensaba, “si no duele, no estas haciendo las cosas bien”.  Después de cada clase el dolor de espalda era insoportable, y el de los pies ni hablar, pero a mí no me preocupaba. Yo sentía que entre más me dolía más cerca estaba de perfeccionar un “attitude” (sostenerte en una sola pierna mientras la otra se eleva a 145º manteniendo un balance) o una “pirouette” (pirueta).




Después de varias clases y ensayos, llenos de adrenalina, Sokolov (la academia de ballet ruso) presentaría uno de sus festivales más importantes. La Bayadera, una clásica obra indu; yo seria parte de ella. Durante los seis meses de preparación, yo no me enfocaba en otra cosa que no fuera el ballet. No me daba mi tiempo para la escuela, para ver a mis amigos o para estar con mi familia.  Yo solo pensaba en estar perfecta, para cuando llegara el gran día, para que nada me saliera mal. El 75% de esos seis meses, lo pase en pruebas de vestuario y ensayando en la academia de ballet. El otro 25% estudiaba, dormía y comía.  

El 7 de mayo del 2006 fue el día de la presentación. Todos los alumnos llegamos tres horas antes de la función. La rutina implicaba una hora y media de clase para calentar y un ensayo de la función completa. Después era perfeccionar el físico. Nos maquillábamos, arreglábamos el vestuario, y nos asegurábamos que ningún cabello o ningún listón estuviera fuera de lugar. A las 5:00 pm, las luces se apagaban y todo estaba listos para empezar la función. En silencio, esperábamos mientras escuchábamos la pista de inicio. En ese momento, el telón se levantaría.

El sentimiento de estar parada tras el telón, y ver cómo poco a poco la luz y la música va entrando, es una experiencia inexplicable. Son unos nervios combinados con una emoción impresionante. Son unas ganas de bailar y meterte en tu papel, de sentir como flotas en el aire con cada vuelta y salto que das, de escuchar esos instrumentos sonar a todo volumen al ritmo de tus pasos, de imaginarte que eres una princesa, una diosa, una muñeca o hasta un copo de nieve. El saber que ese momento es tuyo y de nadie mas es algo que nadie te puede quitar.

Después de ese y muchos éxitos más de Sokolov los años pasaron. Yo cada día seguía más enfocada en el ballet. Mi sueño de llegar a escenarios grandes, bailando para una compañía rusa, crecía día con día. Llegaba el día de otra presentación importante, pero lo más importante era que yo tenia un papel principal. Por primera vez en mi vida, tenia un solo. La presión interna crecía todos los días. Fueron siete meses de ensayo, pero cada día el dolor que sentía en mi cuerpo crecía más y más. Las ultimas semanas me era imposible moverme. Los pasos que dominaba eran una tortura para mí.

Era el  26 de mayo del 2012. Yo estaba en el consultorio de mi doctor, Alejandro Mondragón, experto el lesiones de atletas. Estaba tranquila, ya que las lesiones más comunes en los bailarines, las dominaba. Sabia que no podía tener ni tendonitis en las rodillas, fascitis plantal en los pies, o lumbalgias mecánicas en la columna. Mi lógica era, si sentía dolor, estaba haciendo bien las cosas.

Todavía recuerdo la segunda cita con el doctor. Al darme los resultados de los estudios, recuerdo cada segundo de la cita, en la cual me dieron una de las noticias más dolorosas de mi vida. “Luisa tu columna esta desviada 25 grados. Los huesos que unen tu cuello a la columna se están separando demasiado. Al realizar un deporte que te implica estar derecha y en equilibrio todo el tiempo, tus músculos ponen demasiada fuerza, para poder enderezar tu columna”, me dijo el doctor. En ese momento la mente se me puso en blanco. No sentía nada.  Pero sabia que no iba a poder bailar nunca más en mi vida. Durante varios meses, no quería ver a nadie, no quería hacer nada, y entre en una fuerte depresión. La noticia le dio un cambio de 180º a mi vida y mis planes. En fin, mis pasos de ballet estaban rotos. 

Hoy volteo a ver mi pasado y trato de analizar el pasado. ¿Si mis bailes eran perfectos, tenia una buena alimentación, y calentaba antes de bailar... que pudo salir mal? Después de darle vueltas al asunto llegue a una conclusión: no tenia que doler para saber qué estaba saliendo todo bien. Me enfoque tanto en la perfección y deje a un lado ese dolor sin darle importancia a mi salud. Por eso me arrebate lo que más quería en este mundo. Ahora entiendo que debo tener equilibrio en mi vida.  Es esencial darle el mismo valor a la salud y tu pasión para lograr ese perfecto “attitude”.



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